domingo, 26 de agosto de 2012

La Esperanza

Fueron llegando desde aldeas, pueblos  y comarcas, instalándose para habitar en la gran ciudad soñada. Pronto emprendieron la armoniosa tarea de convivir ya como ciudadanos, reconociendo paso a paso el terreno que pisaban, haciendo suyos los barrios, las casas de negocio que anunciaban su existencia al mundo con rótulos luminosos y carteles de ofertas. Buscaron una vivienda donde poder dormir, comer y prosperar, afianzando su cualidad de personas en cada detalle que fueron agregando a las paredes y ventanas, colocando macetas con plantas y flores para demostrar, sin necesidad de palabras, que añoraban el lugar donde nacieron y habían dejado atrás por el ánimo de la prosperidad, para canjear la tala y el pastoreo, como oficio, por un puesto en Aceros SA, encajándose cada mañana el overol con un ajustado orgullo y esperanza. Obreros de la metalurgia, ahora, la peonada en el astillero, braceros reclamados en el puerto, pescadores y chalupas que se hacían a la mar con la anochecida.

sábado, 25 de agosto de 2012

El ensueño y la ciudad

Barrios que sugieren  la presencia de los primeros personajes, asomando tímidos en atardeceres de primavera u otoño. «Deben llegar –pienso– con las primeras lluvias o antes del calor estival, acarreando esperanzas y un afán de progreso, aunados por las mismas inquietudes que les convierten en rivales.» Pero cada cual viene con su particular proyecto, tal vez esperanzado en poderlo cumplir como un desafío, un reto. Es la razón que les hará sentirse bien y orgullosos, lejos del fracaso y de todo ánimo de renuncia. Así y todo sé, de antemano, que habrá sacrificios no buscados, decepciones, esfuerzos inútiles y recompensas dudosas. Asumo que se verán forzados a entreverar pasiones con arrojos, vilezas cotidianas con la buena voluntad que encuentren después del sueño y las largas noches de gozo y amor.

sábado, 18 de agosto de 2012

El gimnasio en Santa Paula

Bastó con reponer aparatos que fueron a sustituir las sogas, los botes de cemento fraguado unidos por una barra, alquilar un potro y apoyar en las paredes taquillas con candados para los socios que fueron llegando de la nada, después del mísero reclamo publicitario que el pionero pintó en la fachada con letras grandes y rojas. No tuvo nunca un nombre propio y fue bautizado como Gimnasio con tanto acierto como era de suponer. Más tarde le agregaron las dos palabras que completaron su destino, Deportes Atléticos y aquello bastó para atraer a los primeros clientes, una docena de jóvenes que aceptaron la idea y pagaron por usar duchas y taquillas, por obedecer las instrucciones de un monitor aficionado cuya experiencia se basaba en la asiduidad como espectador a los campeonatos olímpicos regionales.

A un difunto desconocido


Era un cuarto espacioso, rectangular, con un amplio ventanal sobre el parque y los árboles insolentes que arrullaban la tarde dentro de la pieza, filtrando el mortecino sol que asomaba su languidez sobre la mesa de madera clara llena de libros y apuntes. Grande, la cama con el edredón blanco y azul, dos cojines de raso, entre la custodia de las dos mesillas con lámpara. El armario empotrado, las puertas con lamas, las pisadas enmudecidas por la moqueta rosada, relimpia; la puerta, estanterías, un equipo de música –dos cajas de altavoces, giradiscos, los elepés pulcros y en orden–, diversos cuadros futuristas de colores alegres enganchados a los rostros imprecisos de payasos, músicos o bailarines.

Historias de Montemayor

Viajé a la ciudad una mañana de otoño. Estuve recorriendo calles, plazas y avenidas, husmeando el aroma que llegaba de los canteros aún con restos del verano. Pronto descubrí a los Dólera, insertados entre el sueño y la mítica inocencia. Carlitos ya contaba dieciséis años; su hermano, con cara de astucia, apenas gastaba los trece. Nada supe entonces, recién conocerlos. Era evidente que debía aguardar sin prisa, mostrándome desinteresado y cortés. Por entonces habitaban en Santa Paula pero ya tenían previsto mudarse a Villa Flores. Entré a un boliche para tomar café y pastas de manteca. Sobre la barra, tentador, estaba el diario La Ciudad y lo alcancé para ojearlo un rato. Las obras en San Carlos ya habían comenzado y el título, Osmudia Sport, era sólo una simple idea entre varias.

domingo, 5 de agosto de 2012

La música

Los sonidos evocan ideas, sueños y personajes. A veces describen las emociones que surgen en una mañana cualquiera, recién despertar y abrir los ojos, atenazados por el nuevo día que empieza tras la ventana. Pero cae la tarde y una brisa fresca renueva las sensaciones, forjando ánimos diversos con aromas de flores lejanas y un perfume del ayer que regresa a la memoria. Quizá no haya un nombre ni ningún rostro, sólo la esencia del tiempo embalsamado cobrando vida propia, alejándose del momento al que pertenece. Y se renueva entre las manos abiertas, impacientes, que descubren el atardecer. Un cielo toronja y violáceo se desvanece entre nubes lechosas y arrugadas. La noche es un preludio lento de armonías suaves y misteriosas.

viernes, 3 de agosto de 2012

Relatos

Miniaturas, al principio, donde el contexto iba diseñándose sin plan alguno. Un personaje camina bajo las luces de la noche, las manos en los bolsillos, mirando sin fe al horizonte otoñal. De golpe llegan algunos recuerdos y la añoranza invade al tipo. Se detiene, inspira aire lentamente, una imagen rescatada del ayer le forja media sonrisa y encoge un hombro. Ella regresa a su pensamiento, con un nombre que musita sin verdadero interés. La evocación comienza a dibujarla con el pelo largo y amarillo, sentada sobre unas rocas, gastando un vestido largo de gasa beige. Tiene los pies desnudos adentro del agua y las olas le van lamiendo la esperanza hasta marchitarla. En su regazo duermen dos flores rojas que acaricia con la punta de los dedos. El viento salobre renueva su ánimo y con media sonrisa se disipa en un horizonte toronja, diluyéndose hasta que desaparece. El tipo empunta los labios y alza la cabeza, descubriendo el cuerno de la luna, cazando estrellas con un ojo. Más allá de la nostalgia está la plaza y su gente, el bullicio de la ciudad, los vehículos que transitan mansos y lentos. El reloj de la iglesia canta la hora. Ya es tarde y el sueño le remueve la boca para bostezar.