Con frecuencia olvidamos que los jóvenes son los más
importantes partícipes de un evento literario. Aportan su flamante visión del
mundo, asumen nuestro legado como una herencia propia y merecida, y se muestran
expectantes no tan sólo a la madurez de ideas, sino al germen de las mismas.
Las inquietudes se expanden en una infinita gama de matices, más allá de que
puedan o no participar de tales ideas, de los mismos planteamientos, de esa denuncia
oclusiva, casi siempre turbia, que implica el ejercicio de la narrativa. Entre
ellos se encuentran los sucesores de nuestro individual universo, forjando el
suyo como un tributo incansable a la vasta literatura universal.
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