martes, 30 de septiembre de 2014

HISTORIA PARA UNA FOTOGRAFÍA

En su casa de negocio, destinada al mundo de la fotografía, Ayala se muestra ajeno y desconocedor de la sordidez que le rodea. Afable y solícito, paternal y solitario, su existencia transcurre apaciblemente, expendiendo bobinas, máquinas, objetivos, proyectores de diapositivas y complementos diversos.
Conoce, desde joven, cuando llegó en calidad de mucamo, la dinámica de los clientes, el rutinario pero intrigante proceso de los revelados, la indecisión a la hora de adquirir una cámara fotográfica, a los muchos aficionados que van surgiendo día a día sin ambiciones profesionales.
A última hora, una tarde de otoño, el último cliente, foráneo a la sazón, entra con sospechosas intenciones portando un misterioso carrete que precisa de discreción y una imposible complicidad por parte de Ayala. Material escabroso, moralmente comprometido, con indicios de ilegalidad que suscitan controversia. Finalmente, diluyendo la reprobación, aquello queda dentro de un sobre para su revelado.
Al día siguiente, mientras un muchacho espera para recoger las fotografías, el laboratorio, mediante su repartidor, informa que la bobina no puede ser procesada por tratarse de un material impudente.
La inquietud se diluye, acaso, hasta que días después una mujer joven irrumpe en el comercio de Ayala y le muestra la fotografía de un joven, aseverando que éste ha sido su amante. Extrañado y resuelto a conocer los pormenores, Ayala acompaña a la intrigante damisela hasta una cafetería donde ella le narra la versión de su aventura con el muchacho.
Repleto de extrañeza, cuando el joven aparece en la tienda para revelar un carrete fotográfico, Ayala estima oportuno hablarle de la mujer que fue a buscarlo y le imputó una conducta denigrante.
Obligado a su propia defensa, el muchacho se hace acompañar por Ayala hasta la misma cafetería para narrarle la verdadera, confusa aventura que mantuvo con ella. 

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