sábado, 18 de agosto de 2012

A un difunto desconocido


Era un cuarto espacioso, rectangular, con un amplio ventanal sobre el parque y los árboles insolentes que arrullaban la tarde dentro de la pieza, filtrando el mortecino sol que asomaba su languidez sobre la mesa de madera clara llena de libros y apuntes. Grande, la cama con el edredón blanco y azul, dos cojines de raso, entre la custodia de las dos mesillas con lámpara. El armario empotrado, las puertas con lamas, las pisadas enmudecidas por la moqueta rosada, relimpia; la puerta, estanterías, un equipo de música –dos cajas de altavoces, giradiscos, los elepés pulcros y en orden–, diversos cuadros futuristas de colores alegres enganchados a los rostros imprecisos de payasos, músicos o bailarines.

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