jueves, 13 de septiembre de 2012

Una tarde en Santa Inés

Renata Luisa me telefoneó a media tarde para invitarme a tomar café y conversar. Ella y su esposo, Jacinto Estrada, tan afables, humanos, devotos de San Judas Tadeo, ya viejitos los dos. Llegaron el año de las vísperas, un día feriado, resueltos a abrir la casa de negocio que habían regentado, durante dos décadas y un lustro, en Villa Olivares. El oficio era tradición familiar; el abuelo, otro abuelo, luego el padre y ahora ellos dos. Buscaron un dónde y se instalaron en Santa Inés, frente al Paseo, en un viejo edificio junto a la iglesia. Con letras negras y cursivas anunciaron su existencia en Montemayor: Casa Estrada. Ella y él son violeros, fabrican cítaras, salterios, laúdes, vihuelas, guitarras sarracenas. Afinan el piano y los dos bandoneones del Café Tango en la esquina. Venden cuerdas de violín, viola, violonchelo y contrabajo. Les gusta la música, es evidente; al llegar se escuchan pavanas, bajas danzas, gallardas y zarabandas, todo del Renacimiento. Me muestran su sonrisa desde la ventana y descubro que él fía y ella no, que se quieren desde mucho, que aprendieron a jugar al sexo cuando jóvenes y ahora se contentan con dulces y comedidas caricias. Subo las escaleras con un ramillete de flores y llegamos al salón donde veo la mesita con mantel, el pastel de manzanas que ella hizo después de almorzar, la cafetera y el calentador porque luego tomaremos mate y licor de anís hasta bien entrada la media noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario